Culturicidio I

Historia de la Educación Argentina 1966-2004


Este libro parte de una frase de Sartre: “Habremos de ser lo que hagamos con aquello que han hecho de nosotros” y de un interrogante: ¿Qué subjetividades se constituyeron en nuestra educación pública durante ese período? Para responder tal pregunta el autor se interroga acerca de los estados generales de la cultura y la educación y en qué clase de país se desarrollaron los procesos que hicieron posibles dichos estados.

Plantea que no se podía explicar la clase de colonización política y económica que padecimos durante la dictadura de 1976 y en la larga década de los 90, si no descubrimos la colonización cultural, lingüística y pedagógica de nuestras subjetividades.

He ahí la razón del concepto culturicidio. Operó como contraseña para meterme en los pliegues profundos de nuestra vida social durante los años de saqueo y horror, para que en diálogo con genocidio se permitiera adentrarse en las aguas turbias de nuestra historia. Lo definió como “delito contra el derecho de gentes consistente en la aniquilación intencional de las creaciones, objetos y valores culturales, patrimonio de un pueblo, indispensable para la constitución de sus subjetividades, de su identidad nacional, con el propósito de transformar a los sujetos sociales en seres diametralmente diferentes, en individuos despolitizados, temerosos, aislados de lo colectivo, disciplinados según los intereses del sector dominante”.


Culturicidio es, a pesar de su trágico asunto, un libro radiante y fervoroso. Quizá porque sostiene, como el psicoanálisis (o como Sócrates) que el certero diagnóstico de nuestros males es el primer paso para curarlos. Conmueve su fe en el pensamiento, en el poder del pensamiento y las palabras sobre el mundo real, y también ilumina ese mundo como la linterna de Diógenes, pero sin su cinismo. Romero espera encontrar no tan sólo un solo hombre (o mujer) justos, sino una comunidad entera de hombres y mujeres honrados, y confía en que el pensamiento crítico puede borrar, como un restaurador paciente, las duras capas de miedo, de incuria y de letra muerta que por ahora nos la ocultan. María Rosa Lojo


Culturicidio. Historia de la educación argentina de Francisco Tete Romero

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Culturicidio I

Historia de la Educación Argentina 1966-2004


Este libro parte de una frase de Sartre: “Habremos de ser lo que hagamos con aquello que han hecho de nosotros” y de un interrogante: ¿Qué subjetividades se constituyeron en nuestra educación pública durante ese período? Para responder tal pregunta el autor se interroga acerca de los estados generales de la cultura y la educación y en qué clase de país se desarrollaron los procesos que hicieron posibles dichos estados.

Plantea que no se podía explicar la clase de colonización política y económica que padecimos durante la dictadura de 1976 y en la larga década de los 90, si no descubrimos la colonización cultural, lingüística y pedagógica de nuestras subjetividades.

He ahí la razón del concepto culturicidio. Operó como contraseña para meterme en los pliegues profundos de nuestra vida social durante los años de saqueo y horror, para que en diálogo con genocidio se permitiera adentrarse en las aguas turbias de nuestra historia. Lo definió como “delito contra el derecho de gentes consistente en la aniquilación intencional de las creaciones, objetos y valores culturales, patrimonio de un pueblo, indispensable para la constitución de sus subjetividades, de su identidad nacional, con el propósito de transformar a los sujetos sociales en seres diametralmente diferentes, en individuos despolitizados, temerosos, aislados de lo colectivo, disciplinados según los intereses del sector dominante”.


Culturicidio es, a pesar de su trágico asunto, un libro radiante y fervoroso. Quizá porque sostiene, como el psicoanálisis (o como Sócrates) que el certero diagnóstico de nuestros males es el primer paso para curarlos. Conmueve su fe en el pensamiento, en el poder del pensamiento y las palabras sobre el mundo real, y también ilumina ese mundo como la linterna de Diógenes, pero sin su cinismo. Romero espera encontrar no tan sólo un solo hombre (o mujer) justos, sino una comunidad entera de hombres y mujeres honrados, y confía en que el pensamiento crítico puede borrar, como un restaurador paciente, las duras capas de miedo, de incuria y de letra muerta que por ahora nos la ocultan. María Rosa Lojo


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