Analía Couceyro y Valeria Sestua montan un teatro de sombras. Un juego entre lo que se ve y lo que no se ve. Una proyección de lo ausente sobre lo presente. Quizás lo que más importa no es lo que sucede en el escenario sino los movimientos que hay en otro sitio para crear el reflejo, el efecto de la ilusión, el deseo de contarnos cosas, de encontrarnos en una delicada descripción del mundo. ¿Cuál mundo? Este, el que está en pleno derrumbe, el que propone infierno. Y ya lo decía Ítalo Calvino: ante ese paisaje siempre es posible "buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio".

Eso hacen Couceyro y Sestua en La edad Justa. Un gesto. Poético y político. Un salto de fe en medio de la oscuridad. Cuarenta días consecutivos aisladas, sin poder verse. Un intercambio artístico y amoroso. Cada día Valeria le envía a Analía fotografías que detonarán un movimiento de escritura.

Esas fotografías no están en el libro. Habrá otras. Pero no esas. La vieja idea de que una imagen vale más que mil palabras se deshace aquí en base al diálogo, a la polifonía, a la conversación.

¿Qué hacer cuando todo está detenido y lo que se vislumbra es un abismo? Recolectar imágenes, recuerdos, impresiones, fugacísimas ficciones. Como una especie de pase mágico, de amuleto, de refugio ante la intemperie.

Este libro también bordea el territorio de una pregunta: cómo la mirada es afectada por la distancia o la cercanía que tenemos con aquello que miramos.

Eugenia Almeida

La edad justa de Analía Couceyro y Valeria Sestua

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Analía Couceyro y Valeria Sestua montan un teatro de sombras. Un juego entre lo que se ve y lo que no se ve. Una proyección de lo ausente sobre lo presente. Quizás lo que más importa no es lo que sucede en el escenario sino los movimientos que hay en otro sitio para crear el reflejo, el efecto de la ilusión, el deseo de contarnos cosas, de encontrarnos en una delicada descripción del mundo. ¿Cuál mundo? Este, el que está en pleno derrumbe, el que propone infierno. Y ya lo decía Ítalo Calvino: ante ese paisaje siempre es posible "buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio".

Eso hacen Couceyro y Sestua en La edad Justa. Un gesto. Poético y político. Un salto de fe en medio de la oscuridad. Cuarenta días consecutivos aisladas, sin poder verse. Un intercambio artístico y amoroso. Cada día Valeria le envía a Analía fotografías que detonarán un movimiento de escritura.

Esas fotografías no están en el libro. Habrá otras. Pero no esas. La vieja idea de que una imagen vale más que mil palabras se deshace aquí en base al diálogo, a la polifonía, a la conversación.

¿Qué hacer cuando todo está detenido y lo que se vislumbra es un abismo? Recolectar imágenes, recuerdos, impresiones, fugacísimas ficciones. Como una especie de pase mágico, de amuleto, de refugio ante la intemperie.

Este libro también bordea el territorio de una pregunta: cómo la mirada es afectada por la distancia o la cercanía que tenemos con aquello que miramos.

Eugenia Almeida

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