Este volumen reúne dos textos autobiográficos de Mijaíl (Michael, en Estados Unidos) Chéjov que cubren su etapa rusa y europea, antes de que se instalara en Estados Unidos. El camino del actor (1928) rememora su infancia y el descubrimiento de su pasión por el teatro, su formación en la Escuela Teatral Suvorin y sus primeros pasos en el teatro Mali y posteriormente en el Teatro del Arte de Moscú; entra de lleno en su alcoholismo y en sus desequilibrios nerviosos y, sobre todo, en su búsqueda de una nueva forma de actuar que deje atrás los estereotipos naturalistas. Vida y encuentros (1945) se compone de una nutrida serie de recuerdos y anécdotas por los que desfilan personalidades como Stanislavski, Vajtángov, Sulerzhitski, Bieli o Max Reinhardt, de quienes ofrece tanto un retrato personal como una reflexión sobre sus técnicas y procesos creativos. También aquí el empeño por encontrar un nuevo sistema −y una manera de enseñarlo− que permita al actor la «bifurcación de la conciencia», es decir, una forma de observar e interpretar el personaje desde fuera, lejos del recurso stanislavskiano a la «memoria afectiva», ocupa un lugar importantísimo. Tanto uno como otro texto son más que unas memorias: tienen una innegable utilidad en el ámbito de la pedagogía teatral.
Este volumen reúne dos textos autobiográficos de Mijaíl (Michael, en Estados Unidos) Chéjov que cubren su etapa rusa y europea, antes de que se instalara en Estados Unidos. El camino del actor (1928) rememora su infancia y el descubrimiento de su pasión por el teatro, su formación en la Escuela Teatral Suvorin y sus primeros pasos en el teatro Mali y posteriormente en el Teatro del Arte de Moscú; entra de lleno en su alcoholismo y en sus desequilibrios nerviosos y, sobre todo, en su búsqueda de una nueva forma de actuar que deje atrás los estereotipos naturalistas. Vida y encuentros (1945) se compone de una nutrida serie de recuerdos y anécdotas por los que desfilan personalidades como Stanislavski, Vajtángov, Sulerzhitski, Bieli o Max Reinhardt, de quienes ofrece tanto un retrato personal como una reflexión sobre sus técnicas y procesos creativos. También aquí el empeño por encontrar un nuevo sistema −y una manera de enseñarlo− que permita al actor la «bifurcación de la conciencia», es decir, una forma de observar e interpretar el personaje desde fuera, lejos del recurso stanislavskiano a la «memoria afectiva», ocupa un lugar importantísimo. Tanto uno como otro texto son más que unas memorias: tienen una innegable utilidad en el ámbito de la pedagogía teatral.